8 mar 2016

Rosa caramelo. 8 de Marzo

Martes, 8 de Marzo, "Feliz día de la mujer trabajadora"







Había una vez en el país de los elefantes, una manada en que las elefantas eran suaves como el terciopelo, tenían grandes ojos y brillantes, y la piel de color rosa caramelo.



Este bonito color se debía a que las elefantitas, desde su primer día de vida, sólo comían anémonas y peonias.
Y no era porque las anémonas y las peonias fuesen muy recomendables como alimento... 
Pero eso sí, dan una piel suave y rosada, y unos hermosos ojos y brillantes.

Las anémonas y las peonias crecían en un jardincito vallado. 
Encerradas allí dentro, las elefantitas jugaban entre ellas y comían las flores.


¡Pequeñas!- les decían los papás.
- Si no coméis todas las anémonas, si no acabáis con las peonias, nunca llegareis a ser tan hermosas y rosadas como vuestras mamás. Y nunca tendréis pelo y ojos brillantes. Y nadie querrá casarse con vosotras cuando seáis mayores...

Y, para favorecer que apareciese el color rosa, le ponían a las elefantitas zapatos rosas, cuellos rosas y hermosos lazos rosas en sus rabos.
Desde su encierro de peonias y anémonas, las elefantitas observaban a sus hermanos y primos.
Todos de color gris elefante.
Los observaban jugar en la aromática sabana, oler la hierba verde, revolcarse en el agua y el fango...
¡JO! y también dormir la siesta bajo los árboles.

Sólo Margarita, entre todas las pequeñas elefantitas,  pese a comer peonias y anémonas, era la única elefantita que no se volvía ni un poquito rosa.

Esto ponía muy triste a la mamá elefante y hacía enfadar al papá elefante.










- Pero, ¡Margarita!- Le decían.
- ¿Cómo es que sigues con este color gris que le sienta tan mal a una elefantita?
- ¿Lo haces a propósito? ¿Es que no te esfuerzas Margarita? ¿Es que quieres rebelarte?
- ¡Mucho cuidado, Margarita, porque si sigues así no llegarás a ser nunca una hermosa elefantita!











Y Margarita, cada vez más gris, mordisqueaba unas cuantas anémonas y unas pocas peonias para que sus papás estuvieran contentos.

Hasta que un día, los papás de Margarita, abandonaron toda esperanza de verla algún día hermosa y rosa, con grandes ojos brillantes, como debería ser cualquier elefanta, y decidieron dejarla en paz.


Y un buen día, Margarita, feliz, salió del recinto.
Se quitó los zapatitos, el cuello y el lazo de color rosa.
Y se fue a jugar sobre la hierba alta, entre los árboles de frutos exquisitos y en los charcos de barro.





Desde el jardín vallado, las demás elefantitas la observaban.
El primer día espantadas,
el segundo preocupadas,
el tercero perplejas, 
el cuarto día muertas de envidia...










Y el quinto, las más valientes comenzaron a salir del recinto de una en una, al rededor del jardín de peonias y anémonas, los zapatos, los cuellos y los lazos se amontaron abandonados.


Ninguna pero que ninguna elefantita, después de haber probado la hierba verde, las duchas frescas, las sabrosas frutas, los juegos alegres, las siestas bajo las sombras de los árboles frondosos... quiso volver jamás a ver un zapato y a comer una peonia. Ni mucho menos a entrar en un vallado.


Desde entonces es muy difícil distinguir a los elefantes de las elefantas...
Espero que os haya gustado mucho el cuento, inculquen a sus niñas a que nadie las tiene que calificar por su género.
Saludos, y feliz Martes.

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